Érase una noche, que se anunciaba tenebrosa, cuando un estudiante se preparaba a realizar sus tareas.
—Llenaré de aceite mi lámpara y la encenderé para iniciar el trabajo —decía el estudiante mientras sus manos encendían la lumbre.
La lámpara brilló en la oscuridad con clarísima luz y dijo al muchacho:
—Observa cómo irradia mi luz. Es más resplandeciente que el Sol.
En tanto que se vanagloriaba, vino una ráfaga de viento y la luz se apagó al instante.
El estudiante volvió a encenderla, y le dijo:
—Déjate de hablar sandeces y dedícate a alumbrarme como antes. Recuerda que el fulgor de las estrellas jamás se apaga.
Moraleja:
Presumir y no valer,es mascar sin comer.
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