En la puerta de la iglesia del pueblo estaba una liebre ociosa pidiendo limosna.
La gente del vecindario, compadecida de la pobre, le soltaba algunas monedas en el sombrero.
Alguien, dándose cuenta de su falsa actitud, le preguntó:
—¿Qué tienes tú, tan joven y fuerte, para pedir limosna? ¿Por qué no trabajas?
La muy tonta no pudo justificarse y las limosnas dejaron de llover, viéndose obligada a buscar trabajo.
Solicitó empleo de puerta en puerta, mas nadie quiso ayudarla. Entonces, angustiada, pensó:
—¿Cómo sobrevivir si nadie me da trabajo?
Luego de grandes calamidades encontró un buen trabajo, prometiendo no volver a la mendicidad.
Moraleja:
Pereza no es pobreza; pero por ahí empieza
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