A un pastor, que apacentaba su rebaño a orillas del mar, le vino el deseo de hacerse comerciante.
—Es breve la travesía —se dijo— y, embarcando a las ovejas, se puso a remar. En la costa vecina vendió su ganado a magnífico precio.
Con el dinero obtenido compró dátiles africanos.
Al retornar con su carga, se levantó una bravísima tormenta. En tanto, para poder salvarse, arrojó todo su cargamento al mar.
Sumido en la miseria, sin dátiles ni rebaño, el pastor sollozaba, cuando alguien le dijo:
—Tranquilo está el mar, buen hombre. ¿Por qué no arriesgas a sacarle algún provecho?
—Desengáñate, amigo —contestó— cuando el mar se aquieta es porque desea más dátiles.
Moraleja:
No pierde bienes ni paciencia, el que usa la experiencia.
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