Un hombre había cazado viva una águila, a la que cortó las alas, encadenándola después.
Otro cazador bondadoso, que observó tan cruel escena, compró a la prisionera, la alimentó y tan pronto le crecieron las alas, la dejó en libertad.
Semanas después, el águila, demostrando gratitud, se presentó a su benefactor, llevándole una liebre.
—Amiga, qué tonta eres —le sermoneó una raposa y, como experimentada maestra, agregó:
—Yo hubiera llevado tal obsequio al cazador para ganarme su voluntad; ahora volverá a encadenarte.
La reina de las aves, molesta, respondió:
—Confórmese para una raposa ganarse la voluntad de los malvados; por lo que respecta al águila, siempre colmará de atenciones a los buenos.
Moraleja:
La gratitud ennoblece; la ingratitud envilece.
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