Un granjero tenía en su casa dos perros a los que prodigaba afecto y velaba porque estén bien alimentados.
Mientras uno de ellos acompañaba a su amo en la cacería, el otro se quedaba en casa como guardián.
El amo, sin distinción alguna, repartía por igual la merienda a los canes.
Cierto día, el perro de caza increpó a su compañero en los siguientes términos:
—No es justo que yo tenga que ir a cazar enfrentando muchos peligros, mientras que tú te quedas en casa y sin embargo recibes la misma ración de comida que yo.
A lo que el perro guardián contestó:
—Querido amigo, yo no tengo la culpa de lo que pasa, pues es mi amo quien me ha recomendado quedarme en casa, para cuidarla y recibir mi alimento sin mayor esfuerzo.
Moraleja:
Responder al airado luego, es echar leña al fuego.
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