El hijo de un pescador fué a los acantilados para proveerse de unos caracoles.
Cuando tuvo algunos, encendió una fogata y comenzó a asarlos, pues tenía hambre.
Los infelices comenzaron a rechinar sobre el fuego en lenta agonía. Al escucharlos, el adolescente exclamó:
—¡Diablos de animales! Los estoy quemando vivos y ellos se ponen a cantar.
El pequeño pescador, sin salir de su asombro, relató a su padre lo ocurrido, y este le respondió:
—No te extrañes, hijo mío. En la vida, muchos se sacrifican por el bien de los demás.
Moraleja:
Nada en la vida da más paz, que hacer bien a los demás.
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