Una mona tenía dos hijos. A uno de ellos cuidaba con predilección, mientras que al otro lo dejaba a su suerte.
Cierto día un perro que pasaba por allí, persiguió a la madre con la intención de atraparla.
—Te salvaré a como de lugar —decía al hijo amado, estrechándolo entre sus brazos maternales.
Entre tanto, el otro monito, aterrado de espanto, se aferraba al rabo de la mona.
En la confusión de la huida, la mona chocó con un roble, estrellando la cabeza del hijo predilecto, que murió instantáneamente.
La mona chillaba de dolor por su desgracia, mientras que el hijo aborrecido, jugueteando sano y salvo, se balanceaba en las ramas de los árboles.
Moraleja:
No siempre el predilecto, conserva vida y afecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario