Un pescador echó su anzuelo al mar y atrapó un pececillo.
Mientras le quitaba el anzuelo para echarlo a su cesta, el pececillo abrió la boca, implorando al pescador lo devolviese al agua.
—¿Quién eres tú para convencerme con tu ruego? —le preguntó el hombre.
—Soy muy pequeño ahora —le replicó el pez— y no valgo gran cosa; pero si me pescaras cuando sea mayor, te sería más útil porque podría saciar mejor tu apetito.
—¿Pescarte después?… ¡Eso nunca! —objetó el hombre—. ¿Quién me asegura que tendré la suerte de volverte a pescar? ¡Ah, tunante, tu discurso no me convence! Confórmate con tu mala suerte y ve al cesto, mas no al mar.
Moraleja:
La suerte pasa, pero no repasa.
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